Nº 6/ Primavera (marzo) de 2004     HARTZ
     
  FRANCISCO ÁLVAREZ VELASCO  
  Poeta nacido en Cimanes del Tejar -León-, (1940). Obra: Tiempo de maldición, 1979; «En el nombre del árbol» (en el colectivo Libro del bosque), 1984; «Tierra» (en el colectivo  TetrAgonía), 1986; Del viejísimo jugo de la tierra, Gijón, 1988; La hiedra del silencio, 1993. Traducciones: Andityas Soares de Moura, Lentus in umbra, Gijón, 2002. Parte de su obra está en: http://www.portaldepoesia.com/Biblioteca/Francisco_Alvarez_Velasco.htm  
     
  LAS DOS ORILLAS  
 
Qué nos buscas, oh mar...
César Vallejo
Hoy he visto que el hombre
se encoge y curva un poco
su costado izquierdo.
Ahí su cuerpo esconde
un lastre que le ayuda
a hundirse
cuando el río de la vida
hasta la mar le empuje.

De la mar poco sabemos:
que es más extensa que la tierra,
que se nutre del hombre
y de la tierra y sus arroyos
y de las deyecciones
de todas las ciudades que la pueblan.
Y también
que de la mar nos vienen las gaviotas
y lanzan excrementos
sobre las concurridas
calles y plazas de los hombres
y arrojan sus chillidos
salvajes en la noche
sobre el dulce soñar de los que duermen.

Son las sucias señales
de esta orilla.
La vida es como es
y no vienen al caso
los empeños del hombre en transformarla.
En cambio, de la muerte
nunca se sabe
porque nadie ha vuelto,
excepto aquel Jesús al cabo de tres días:
pero nada dijo.

Y tú oyes los chillidos
en el cierzo que muerde las esquinas,
(en la fachada al norte
está la sombra
y la angustia de la mar que hasta aquí llega).

¿Qué te ofrecen los años por venir?
Pues si acaso algún dios
te queda,
nada vendrá a entregarte
(bien sabido es de todos su silencio).

Mejor, vuelve al principio
-aquel buen territorio de la vida-.
Vuelve a los álamos,
al crepitar ardiente del centeno,
a los ojos aquellos que miraban
y miraban tensos debajo de los puentes
cómo el agua corría,
limpia y clara,
y nunca dejaba de pasar.

Y escucha nuevamente
con aquellas orejas
de la infancia
sonar tu corazón
y el murmullo infinito
del agua en su camino,
la risa de los álamos,
el sosegado son de las espigas.

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