a Virginia Woolf |
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Nuestra tarea no es ya recolectar madura fruta |
con trampa mortal que se muerda. |
Ahora que en la casa dejamos atrás las naves hundidas, |
sin olvidar la flor en el cabello |
que nos perfuma desde generaciones, |
no seremos más |
púgiles en un ring sexual de barro, |
superdotadas para el teatro del amor, |
aficionadas al abalorio antes de iniciar la pubertad, |
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al ritual de cuerpos engastados en aceites nocivos |
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para que resbalen todas las enemigas. |
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No soy cobarde si eso me llaman, |
desafío las etiquetas pasajeras de verde disputa |
y negro fango, y no gritéis al viento parciales victorias, |
si quisiera también hubiera ascendido |
por el puente de plata que al deseado trofeo conduce. |
Pero si frotamos bien el siglo Veintiuno, |
nos permite formular un único sueño: |
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Él ya no será más mi oficina. |
No será su cuenta bancaria, |
ni una VISA ORO, corazón de plástico en su cartera, |
el ansiado puesto de trabajo. |
Él nunca más será nuestra oficina, |
el sólo tragaluz para un sótano sombrío, |
la única hiedra por la que escalar |
el muro a un despacho propio. |
Si aún queréis zurcir, cosed líquido valor a vuestras hijas, |
en un top Delacroix de pecho desnudo y caminad, caminad. |
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(de "Frágil Sinfonía") |