Nº 8/ Primavera (marzo) de 2005     HARTZ
 
 
  UNA MIRADA LIBRE  
     
  JOSÉ CEREIJO  
 
 
 
 
Como apunta Luis Rosales, en el prólogo a su Poesía Española del Siglo de Oro (Salvat, RTVE, 1970), hay, en esa poesía, una marcada tendencia idealista. Creen religiosamente, dice, en la misión política de España, en la unidad del mundo bajo el cetro imperial, en la mendicidad, en la rapiña y en la guerra. Su entusiasmo los ciega y les impide ver el mundo que los rodea en su intrínseca realidad. Necesitan idealizarlo. Su mirada es un acto de fe.

Rosales refiere esa observación a la primera parte del Siglo de Oro (Garcilaso, Fray Luis, San Juan), lo que llama su "clasicismo"; respecto a la segunda, la "edad barroca", piensa que "si la poesía clásica era entusiasta y credencial, ésta es poesía de despedida, desengaño y temblor". No dice que esa "despedida" y ese "desengaño" lo son respecto a aquel ideal primero, en el que ya no se cree; es decir, que sigue siendo poesía de orientación idealista, aunque ahora lo sea respecto de un ideal fracasado.

La grandeza de Cervantes está en que él, recogiendo la lección próxima del Lazarillo y la más lejana de la Celestina, abre su mirada a la realidad, pero no sólo en función de contraste, para marcar el lado "bajo" y de sombra, la otra cara de la luna, por así decirlo; no con una mirada degradatoria y hostil hacia esa realidad, cuya verdadera función sería señalar las insuficiencias y los límites de aquel ideal. Sino con una mirada comprensiva, abarcadora, gracias a la cual esa división (artificial, en último término) entre lo intrínsecamente blanco y lo intrínsecamente negro se desvanece, y deja paso a la riqueza y complejidad del mundo. Mundo sobre el que puede tener, y expresar, su juicio, pero sin permitir nunca que ese juicio limite su propia mirada, excluya a priori lo que le parezca no encajar en ningún esquema previo. Por eso, por aversión a lo esquemático, surge Marcela para desmentir a Grisóstomo (ahí, de paso, Cervantes se contempla y se critica a sí mismo, a La Galatea. ¿Cómo hubiera podido ser, desde esa conciencia, la segunda parte?); por eso los personajes "bajos" no están presentados como meras caricaturas; por eso no hay dos mundos radicalmente enfrentados, que viven en atmósferas diferentes e imposibles de mezclar (véase el hidalgo del Lazarillo, sumergido por su pobreza en el medio que no le corresponde pero refractario a él, no soluble en él en ningún grado), sino uno solo o miles de ellos, tantos como personajes -que además no son estereotipos-, que pueden cambiar y lo hacen.

Acaso la razón de esa libertad frente a su medio esté en el hecho de que los demás escritores cultos de su tiempo (e incluso, en alguna medida, Rojas o Alfonso de Valdés, si finalmente es él el autor del Lazarillo) se ven a sí mismos como parte del mundo no-popular, son incapaces de superar en sí mismos esa dicotomía, de modo que, para ellos, quienes viven y se mueven en el otro medio son siempre, e irremediablemente, lo distinto, lo ajeno. Pero en el mejor Cervantes, acaso por su biografía, esa distinción no actúa; o no, al menos, con esa radicalidad.

A Cervantes no le importan sus ideas más que los hechos (como al intelectual típico, como a Guido Cavalcanti, por ejemplo), sino que tiene la profunda humildad y paciencia frente a éstos de quien ha visto y vivido de veras, ha tenido que rozarse con todos y con todo, y sabe que la realidad es más grande que nuestras ideas, que son, en él, referente, pero no cárcel. Incluso cuando no puede superar ciertos prejuicios (episodio de Ricote), su capacidad de observación sigue incólume, ajena a ellos; y por eso Ricote (o su hija) desmienten con su sola presencia la lección aprendida que Cervantes le hace recitar al padre, de modo que nos quedamos en la duda de si Cervantes comparte esas ideas o sólo no se atreve a cuestionarlas abiertamente por inseguridad interna, o por mera precaución.

Cavalcanti, a quien me refería antes, es un virtuoso, es decir, alguien a quien le importa más su habilidad para tocar que la música misma (defecto muy típico de las vanguardias, y en general de los movimientos "cultos"). Y, en consecuencia, le puede el orgullo.

Tu puoi sicuramente gir, canzone,
dove ti piace, ch'io t'ho si adornata
ch'assai laudata sarà tua ragione
dalle personne c'hanno intendimento:
di star con l'altre tu non hai talento.
(«Donna mi prega»)

Es él -podríamos decir, jugando con la palabra- quien no tiene el talento preciso para ver a "las otras" fuera de su esquema: son simplemente lo otro, lo excluido, lo que por definición no puede alcanzar una existencia válida. Lo que no forma parte de la élite que él se siente ser, y a la que le interesa expresar. Pero toda mirada elitista, por definición, empobrece el mundo, lo limita.

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