Te piden el cuerpo, pero no la vida.
En tus calles el futuro no existe, en esas calles
que recorres con la tristeza
camuflada con un mar apagado en los párpados
y un trazo grueso de carmín.
Vendes tu cuerpo, y con él la vida.
A nadie le importa saber de dónde vienes,
qué piensas, qué sueñas, qué lloras...
Todo debe transcurrir deprisa,
sin pasión, sin fuego, sin la complicidad
que requieren las leyes del amor.
El trabajo es trabajo, te repites
mientras la noche oscurece los tapices
donde residen las palabras de la memoria.
Compran tu cuerpo, pero no te devuelven la vida.
Los días interpretan cada noche la misma escena.
En las mismas calles se abre y se cierra el telón.
Siempre el mismo sueño, la misma promesa
de que llegará una noche
en la que no tendr´s que vestirte
pensando en las veces que habrás de desnudarte,
que nadie te preguntará cuánto cuesta
el tiempo de tu carne y tus fluidos,
que no habrá una luz roja a tus espaldas
anunciando quién eres y que existes.