Nº 12/ Verano (junio) de 2007   HARTZ
   
   
  JOSÉ LUIS REY
    Andaluz,  de Puente Genil
(Córdoba, 1973).
  Poeta, traductor, profesor
y ensayista.  Por su libro de
poesía  La familia nórdica
obtuvo en  2006  el  Premio
Internacional Gil de Biedma.
La luz y la palabra (2001)
fue su  primera  publicación
poética. Lo han traducido al
portugués, inglés y sueco.
   
  LAS GIGANTAS Y LA RESPIRACIÓN  
  Aparecen de pronto, sonriendo en los árboles.
Arde el mapa de Asia entre sus piernas
y tienen el Talmud tatuado en el hombro.
En sus pechos se esconden las legiones romanas y quién pudo
tocarlas otra vez.
Comen épocas verdes
y saltan chispas de su pelo eléctrico.
No será primavera mientras no se desnuden.
Mucho tiempo viví en su boca amarilla, como encerrado en una catedral.
Las cúpulas soviéticas me recuerdan sus nalgas.
Llenaban Arizona con sus cuerpos redondos, con su grupa de hierba,
con sus muslos elásticos.
Y ya nada existía, se apagaba la luz, y luego al pie
de la televisión había nevado.
Viví revoluciones, seguí rutas ardientes: era el fin de la tierra.
Y allí arriba, el castillo. Vampiresas desnudas
se amaban, se estrechaban a oscuras en hondas galerías,
y las llaves de plata sonaban al caer y las placas tectónicas
se movían con cada resfriado.
Ya conoces la moda americana: amar siempre lo grande,
abrazarse a sus piernas y no querer marchar. Morir, último sexo:
los guerreros clavados en las picas.
Pero ellas aparecen otra vez, con peineta, volantes de huracán.
Y meten la nariz en los aparcamientos subterráneos.
Por junio hay fresas en su pelo
y jirafas lentísimas en el fondo del mar.
Ya sabes cómo son: en los viejos armarios, a través de la niebla de las sábanas,
desde el fondo del mundo,
se escucha ese susurro de sus pies.
Es la invasión del pan en los oídos.
Y los niños que no pueden dormir
piensan en ellas, en el frufrú del bosque
que sale del ropero. Pero ellas se acuestan con los pájaros.
En lo escaparates, en los cines,
en los grandes carteles que flotan en el metro, en este corazón,
en esos autobuses que regresan del mar,
las acecho.
Cada vez que respiro son más grandes.
Cada vez que respiro, cada vez que recuerdo, cada vez
que deseo otra vida,
son más grandes, más fuertes.
Y sus uñas, crujientes como el día,
y su espalda, la nave de los muertos,
pesan ya sobre mí como siglos del sol.
Las acaricio a veces en el baño, en la lluvia que cae sobre el mundo,
en la lluvia que cae sobre el mundo.
Yo nada sé, nada soy.
Cada vez que respiro piden más.
Se pondrán a charlar en el último día
y saltarán los sellos con sus chismes.
En qué infancia perfecta viviré
al entrar en su sexo para siempre.
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