Nº 1/ Otoño (diciembre) de 2002   HARTZ
 
 
  EL DADAÍSMO
LOS POETAS ANTE LA GUERRA
 
     
  RENÉ LETONA  
  Director de Hartz  
     
Año 1919. El seis de febrero de ese año los dadaístas se reunían en Berlín con la consigna de "hacer saltar Weimar por los aires". Era el año en que se sancionaba la Constitución de la República Alemana y se firmaba, en Francia, el tratado de paz con el que se daba término a la Primera Guerra mundial. A principios de año el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg había arrancado de raíz cualquier esperanza revolucionaria. En el entreacto inmediatamente anterior a la instauración de la República, el dadaísta Richard Hülsenbeck había ocupado el cargo de ministro que pronto abandonaría, a consecuencia del nuevo orden establecido. Pero lo de "dadaístas contra Weimar" representaba mucho más que rencores derivados de un compromiso político. No por azar en 1919 Hugo Ball daba a la estampa La Crítica de la inteligencia alemana, obra acusatoria en la que actualizaba lo que le habia preocupado desde el estallido de la guerra: las razones de una Alemania en conflicto, aislada del mundo. Ball marcaba ahora sus distancias ("me dirijo contra la idea alemana del Estado"), abriéndose el camino hacia la mística católica y alejándose de los mismos dadaístas...
Cinco años antes la propaganda oficial había llegado a convencer a los alemanes de la necesidad de una guerra expansionista. Ante la supuesta viabilidad de una victoria, se habían movilizado las tropas, y los científicos, los intelectuales, escritores y artistas se vieron seducidos por la retórica del imperialismo. Al igual que Rudyard Kipling en Inglaterra y que Gabrielle D'Annunzio en Italia, muchos se dieron a la tarea de exaltar el sentimiento heroico y nacionalista, y a defender el ejercicio de una política agresiva que desembocaba en la guerra de 1914. Max Scheler publicaría al año siguiente La filosofía de la guerra, que continuó en 1917 con Las causas del odio de los alemanes. La Asociación de Escritores en Alemania había difundido un Deutsche Soldatenbuch, en el que con celo inusitado se exponían "los ideales socialistas en la guerra". Entre tanto en las trincheras morían quienes, con juvenil entusiasmo, se habían alistado de voluntarios. Entre ellos, el poeta expresionista Ernst Wilhelm Lotz. (Walter Hasenclever y Rudolph Leonhard, también expresionistas, pero más afortunados, lograron sobrevivir.) Igualmente hallarían la muerte otros poetas, aunque su entusiasmo fuera menos determinante. Fue el caso de Alfred Lichtenstein, Ernst Stadler, August Stramm, o el de George Trakl, que murió en un hospital de Cracovia por una sobredosis de cocaína.
Pero los horrores de la guerra y la evolución negativa de los acontecimientos pronto llevaría a la repulsa y a una toma de conciencia. Hugo Ball que también se había presentado como voluntario sin lograr el ingreso a filas, decidió huir a Suiza con su novia Emmy Hennings. Transcurría el año 1915. Zurich, a donde ambos se habían trasladado, empezaba a llenarse, como otras ciudades suizas, de objetores de conciencia y de disidentes políticos de habla alemana. Leonhard Frank, autor de una novela cuyo título, El hombre bueno, tomarían de divisa los expresionistas, se había refugiado en Zurich, como lo hicieron muchos de los poetas procedentes de las huestes del expresionismo. Albert Ehrenstein, Ludwig Rubiner, René Schikele, Else Laske-Schüler, Theodor Däubler, Alfred Wolfenstein, Franz Werfel, se concentraron allí y reanimaron la cultura germánica que veían amenazada por los disturbios de la guerra. Schikele fundaría la revista Weissen Blätter, mientras la editorial Raser & Co. se dedicaba a publicar obras de autores alemanes.
En las antiguas ciudades de lo que habían sido pequeños principados en la Alemania medieval, proliferaban antes de la guerra los cafés conciertos. De esa tradición, nacida a principios de siglo y antecedente del moderno teatro de revista, de leer en público acompañados de música, se habían servido los expresionistas para dar a conocer sus composiciones. Hugo Ball, juntamente con Richard Hülsenbeck, Hans Arp y los rumanos Tristan Tzara y Marcel Janco, optaron por fundar en Zurich algo semejante. "Una sociedad de jóvenes autores y literatos, cuyo objetivo es crear un centro para la convivencia artística" -rezaba la nota de periódico del día 4 de de febrero de 1916-, sociedad a la que darían por nombre Dadá. Era esta una palabra extraída de un diccionario alemán-francés, con el significado de "caballito de madera" o alusivo, como onomatopeya, del balbuceo infantil.
Nacía de ese modo, sin aspavientos, en el Cabaret Voltaire, sala de la "Alquería holandesa", situada en Spiegelgasse 1, el movimiento artístico-literario del dadaísmo. En un principio, los fundadores no tenían el propósito de llamar la atención o de protestar, sino sólo de ofrecer un entretenimiento artístico distinto de los demás espectáculos de variedades. Pero pronto las efusiones de los participantes se convirtió en una marea creciente de revulsión de valores culturales. La provocación, el escándalo, el desplante y las bufonadas empezaron a enardecerlos. "Una borrachera indefinible se ha apoderado de todos" -escribía Hugo Ball en su diario el 26 de febrero. La música romántica de cámara o las piezas impresionistas de los primeros programas fue sustituida por el vanguardismo de las piezas de Schönberg, de Satie y los ritmos descoyuntados africanos. Comenzaron a leerse los versos de Jules Laforgue, de Alfred Jarry, Leautréamont y Rimbaud. Y luego la creación del "poema simultáneo": "un recitativo en contrapunto, en el que tres o más voces al mismo tiempo hablaban, cantaban o sollozaban", de manera que revelasen "la lucha de la vox humana con un mundo que la sofoca, la destruye y la amenaza". Tras ello vinieron los "versos sin palabras o poemas fonéticos, en los que el equilibrio de las vocales es calculado y distribuido sólo conforme al valor del comienzo de la serie fónica". (Ball creaba y definía así lo que Alfonso Reyes llamó años más tarde "jitanjáforas", atribuyendo erróneamente la invención a Tzara, en momentos en que ya eran trivializados los recursos dadaístas en los medios literarios hispánicos.) Pero en Ball todo ello se asumía con gravedad. "Dadá es un juego de locos extraído de la nada, en el que están implicadas todas las cuestiones más importantes" -escribía en su diario el 12 de junio, precisando varios renglones después: "Como ninguna forma de arte, de política o de fe parecen suficientemente fuertes para reprimir el estallar de este dique, queda sólo la farsa y la pose incorrupta".
La guerra, con sus consecuencias desastrosas, había conducido al pacifismo y a la protesta. Aunque Hugo Ball, Richard Hülsenbeck, Emmy Hennings, y Hans Arp habían surgido de los principales núcleos del expresionismo (los dos primeros habían estado en contacto en Alemania con los grupos Der Sturm y Der Blaue Reiter, Hennings había publicado en Der Jüngste Tag, del editor Kurt Wolf), los dadaístas consideraron que la disconformidad que había caracterizado a los expresionistas, con respecto al orden social impuesto por la política de Guillermo II, no era suficiente ni del todo sincera. Extremosos, se convirtieron en sus feroces adversarios. Hülsenbeck arremetería contra ellos, tras su traslado a Berlín en 1917. Opuestos a todo lo que supusiera cultura oficial, o a lo que ellos así consideraban, paradójicos, incluso contradictorios, al año siguiente en esa ciudad hacían circular el primer Manifiesto dadaísta alemán, firmado en conjunto por los integrantes del grupo de Zurich y del grupo berlinés. El Manifiesto empezaba diciendo que "el arte, en su realización y tendencia, depende del tiempo en que vive, y los artistas son criaturas de su época". Tras arengar contra los expresionistas, declaraban que "con el Dadaísmo una nueva realidad asume sus derechos", y haber ganado la delantera al futurismo; reivindicaban la idoneidad de sus inventos (el poema "bruitista", el poema simultáneo y el estático), despotricaban a placer y concluían: "¡Contra la posición estético-ética! ¡Contra la abstracción exangüe del Expresionismo! ¡Contra las teorías reformadoras del mundo de las cabezas huecas literarias! Por el Dadaísmo en la palabra y en la imagen, por el acontecer dadaísta en el mundo. !Estar contra este manifiesto significa ser dadaísta!"
En la capital prusiana, Hülsenbeck endureció su posición politíca. En unión de Raoul Hausmann, creador del fotomontaje y de los "poemas-carteles", firmaría un panfleto, en el que se pronunciaban a favor de la modernización y socialización de la propiedad y de los alimentos, y proclamaban la necesidad e inminencia de una revolución mundial comunista. Unido también al grupo, George Grosz ridiculizaría el militarismo, la burguesía y demás formas de poder en dibujos satíricos, y declararía que el dadaísmo era "un producto orgánico, nacido como reacción contra las tendencias del arte sacrosanto, que meditaba sobre los cubos y el gótico, mientras los generales pintaban con sangre".
Wieland Herzfeld, hermano del dadaísta John Heartfield y fundador en 1916 de la revista Die neue Jugend, se dedicó a publicar la mayor parte de las revistas del dadaísmo -Jerdermann sein eigener Fussball(1919), Die Pleite(1919), Der Dada(1919/1920), Der blutige Ernst(1919/1920), Der Gegner(1919/1923)-, en la editorial comunista Malik. Respondiendo a la afirmación del Manifiesto de que "Dadá es la expresión internacional de esta época", Tristan Tzara, intermediario epistolar entre dadaístas y futuristas, empezó a cartearse con André Bretón y el dadaísmo halló eco entre los intelectuales de París. Por su parte, Francis Picabia, llegado a Zurich, serviría de nexo entre los dadaístas y la vanguardia de Nueva York, mientras Kurt Schwitters desarrollaba su forma personal de dadaísmo en Hannover. Hans Arp viajaría a Colonia en 1919 y junto a Max Ernst, Theodor Baageld y otros artistas, celebraron una exposición dadaísta y publicaron un panfleto-catálogo, Bulletin D. Hülsenbeck diría en el resumen de En Avant Dada, en 1920, que su ideal era "hacer literatura con un revólver en el bolsillo", y que en un universo mecánico y sin alma sólo tenía sentido la acción. Pero para ese entonces las circunstancias ya habían cambiado.
Tzara, trasladándose a París, se arrogaba el liderazgo y la primacía de la invención de Dadá, que Francia añadió a la cuenta de sus haberes culturales. La "primera feria internacional del dadaísmo", en 1920, no alcanzaría el objetivo de conmocionar al público, ni llegaría a publicarse el "almanaque internacional" Dadaco, que estaba previsto que apareciera en Munich, editado por Kurt Wolff. Un año antes, el aplastamiento de la revolución izquierdista y la instauración de la República de Weimar había traído malos augurios. En esa fecha de 1919 Mussolini fundaba en Italia el primer grupo revolucionario, "Il Fasci di Combattimento", célula inicial de lo que vendría a ser el fascismo, al mismo tiempo que en Moscú se organizaba la Tercera Internacional. Un cielo negro y sin astros se empezaría a cerner sobre Europa y el mundo. La aventura del dadaísmo llegaba a su fin. Y Ball -niño dandi y anarquista, que había dicho que "tres cosas han sacudido hasta la médula el arte de nuestros días (...): la desacralización del universo, llevada a cabo por la filosofía crítica; la desintegración del átomo en la ciencia; y la masificación de las poblaciones en la Europa de hoy"-, se retiraba con esa fantasía, que es sólo de poetas, como el "obispo mágico" que él se había imaginado ser una vez.

G./18-1-2003

Para información adicional, consúltese:

Incidencias del yo contemporáneo (7), Hartz, No. 18/ Verano (junio) de 2010;

también en Hartz, sobre los dadaístas (citas de Arp y Grosz): Incidencias del yo contemporáneo (3), No. 14, verano (junio) de 2008,

y sobre las vanguardias:

Acotaciones de actualidad: Los poetas y el dinero (Primera Parte), Hartz, No. 14, verano (junio) de 2008.

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