Nš 26/ Primavera (marzo) de 2016   HARTZ
   
   
  SONIA SAN ROMÁN
   
   
Pegada contra un muro
observo el bullicio de los parques,
los niños de padres sonrientes,
los balancines como catapultas.
Y resisto en presentes imperfectos
porque adoro jugar en los desvanes:
maletas, longanizas, ropa vieja,
cartas sin enviar, fotografías,
hilachas de otoño, jaulas de pájaros.
Recomponer los trozos de nostalgias
que ni siquiera me pertenecieron.
Me gusta calentarme con la lumbre
de ese sol solitario y mortecino.
Un sol perfecto para ahondar en madrigueras
y negar el vaivén de los columpios
o asomar el hocico hacia la noche
y ver una lluvia de asteroides.
Espejos nocturnos, como luciérnagas
a la deriva que nadie más ve
porque nadie más mira.
Una bicicleta pende del techo
e invoca un dolor antiguo,
un sonido a pozo,
un sabor a cuchillo y a cerezas.
Los antiguos amores ya están calvos.
Algunos hay, incluso, que están muertos.
En ti, rosa marchita y viento helado.
Vivir agota más en resistencia.
Dejar que el mar te arrastre.
Desobedecer sin discrepar,
–seguir de frente–,
arranca la piel, te desolla el ansia
como a un cordero de meses
atado boca abajo en un nogal
cuya sangre chorrea y se desliza
calle abajo densa como el mercurio.
Nadie recordará el daño.
Vendrá la lluvia y se llevará el rastro.
Solo tú percibirás
el escozor del músculo desnudo
del que desobedece
pero ya no intenta
convencer a otros.
Duele el cansancio como un valle
horadado por un glaciar azul.
Solo hay líquenes ásperos y oscuros.
Y madrigueras.
Y ocultarse.
Y mirar
la noche y el sol de otoño
y lo imperfecto
y pegarse contra un muro
y odiar los parques.

 
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