Nº 2/ Primavera (marzo) de 2003     HARTZ
 
 
APARICIÓN (2)
 
  La medida humana es la medida de las estrellas.

Un poeta español en un libro del año 2002, frente a la oferta de un servidor que le ofrece "megas ilimitados" en un sitio web, afirma: "Sé que existen límites para todas las cosas".
Ateniéndose a la realidad, que es la del propio cuerpo, este poeta termina diciendo: "Quiero tener los límites de todas las cosas".

¡Los límites de todas las cosas! ¿Qué límites puede decirse que son los límites de los seres humanos?
¿Los seres humanos, que poseen un cerebro compuesto de 10 mil millones de neuronas?
¿Los cerebros humanos, que funcionan mediante más de 10 mil billones de conexiones neuronales llamadas sinapsis?
¿Puede decirse que hoy, aquí, los seres humanos -su pensamiento, su vida, sus aspiraciones- se pueden circunscribir o se circunscriben a los límites de las cosas?
Los seres humanos no somos cosas.
Los seres humanos sabemos ahora que no somos cosas.
El universo se despliega ante nosotros y nosotros respondemos al universo.

Hubo un momento antes de comenzar el último cuarto del siglo XVIII. Un momento en la historia del héroe de una novela. "Las espléndidas formas de un mundo infinito se agitaban y reanimaban plenamente en mi alma". Eso descubre el héroe de esa novela. La "ilimitada pasión" le lleva a descubrir "el escenario de la vida infinita". Se sobrecoge. "No veo más que un monstruo eternamente devorando, eternamente mirando".
Pero ese momento no era sólo el momento de la novela de Werther. Era el momento de la vida de Goethe, el autor, y de la historia de una parte de los seres humanos en el mundo. A partir de ese momento ya nada podía ser como antes. Las medidas antiguas no podían abarcar el contorno de lo que los seres humanos habían descubierto.

Los griegos habían incursionado en el mar. Sus números enteros -los números griegos-, claros, precisos como la inteligencia griega, valían para medir las distancias de las aguas conocidas. Pero los griegos sabían que había otros mares. Sabían de otras aguas. Se figuraban la existencia de seres fabulosos, seres extraños. ¿Atlántida? ¿América? Los griegos, cautos como Ulises, ponían un dedo de prevención y silencio. No pasar más allá de las columnas de Hércules. No tocar las aguas de lo desconocido.
Lo desconocido estaba allá, sin embargo, y ese allá poco a poco se iría acercando. Y para esas cosas desconocidas, para medirlas, para conocerlas, ya no valían los números griegos. Los seres humanos tuvieron que fraccionar los números, hacerlos irracionales, tornarlos imaginarios.

Werther no podía con su "ilimitada pasión". Aunque Goethe siguió viviendo, Werther tuvo que suicidarse. La medida clásica había terminado. La romántica más bien parecía desmedida.
Pero a los relojes de arena no puede dárseles vuelta. No puede contarse hacia atrás en la historia de los seres humanos. Y al infinito lo tenemos enfrente. La serie infinita de los números que discurren más allá de nuestro planeta.
Los números con los que contamos nuestras neuronas.
Los números con los que medimos la capacidad de memoria de los ordenadores.
Acogerse a las medidas antiguas sería prevaricar. ¿Y cómo puede ser? No hay ya jardines volterianos. No pueden cultivar más rosas los jardineros cándidos.

¿O a eso vamos? ¿A comedimientos de Horacio coronado de flores? ¿A humanos como cosas, con bellos cuerpos de esclavos, para quintas de millonarios en Roma? ¡No!
¿Desafueros románticos, entonces? ¡Tampoco! No el suicidio. Ni siquiera recorrer toda Europa, desmelenadamente, como lores disminuidos, para clamar ante la guerra.
¿Risas de Eulalia en países armoniosos imaginados? ¡Peor!
¿Hacerse trizas como pessoas de todo a cien, sin los sacrificios del único Pessoa que hubo? ¡Menos aún!
¿Dejarse procesar como kafkas por las leyes de un padre que no existe? ¡Ni hablar!
¿O hacerse el mimo de todos los antecesores, rendir la cabeza? ¿Rendir diez mil millones de neuronas, con más de diez mil billones de sinapsis ante la explosión de los astros? ¡Vaya locura!
Estamos de cara al espacio infinito -tiempo incluido- y no podemos evitarlo.

Como ves, si es que lees, Hartz está despegando. Lleva poco más de tres meses de su primera aparición. Los cambios que viene sufriendo son los siguientes:
  • El título de la revista ha pasado a ser: Hartz revista digital española de poesía.

  • La periodicidad, que era bimestral, ha pasado a trimestral. Se intentará renovar la revista cada tres meses, sin perjuicio de que algunas partes cambien en menos tiempo.

  • Se le ha agregado un Indice de autores dentro del Libreto. Este Indice incluye a los poetas y prosistas que se vayan incluyendo en todas las renovaciones.

  • Se añade una sección que el viajero de Hartz no debe perderse. Se trata del Cuaderno de Bitácora. Es un Diario de navegación, que se renovará con frecuencia.

  • En Bitácora se actualizarán pronto todos los sucedidos desde el día uno de diciembre de 2002.
  • En este segundo número de la revista, se suman a Hartz seis poetas españoles.

  • Las novedades versan sobre poesía inglesa. Aunque no sean en rigor novedades, siguen siéndolo para el mundo de habla española.
Resta decir: ¡Hipócrita internauta! ¡La guerra de los mundos ya empezó! Y tú aquí, sentado confortablemente. Alza la mirada, al menos, que estás en Hartz, y contempla "la risa de plata de las verdes estrellas".

Madrid/15-3-2003
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