Nš 8/ Otoño (septiembre) de 2004 | HARTZ |
APARICIÓN (8)
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"El deber de todo intelectual subnormal (...), es saber abastecer a la sociedad de todas las chucherías que dan realce al escaparate de la prosperidad."
Manuel Vasquéz Montalbán
Cuando Vasquéz Montalbán escribía las líneas
anteriores España aun se mantenía fuera del círculo de los países
desarrollados europeos.
España, entonces, todavía se hallaba atenida a los
dictámenes del régimen franquista y no había experimentado la
transformación que la llevaría a formar parte de la Europa comunitaria.
No era la España socialista.
No era la España de la movida madrileña.
No era la España rica, la España-señuelo de inmigrantes,
la España feliz. La España de las libertades políticas, de las libertades
civiles, de las libertades económicas, de las libertades sexuales.
No era la España modernísima, la España acelerada en la
aceleración de los cambios, tan acelerada que ni tiempo tiene de detenerse un instante
para ver cuantas chucherías se arrojan desde el escaparate de la prosperidad.
Si Vasquéz Montalbán observaba ya la devaluación
de las "mercancías culturales" -era el año de 1970, fecha de edición
de su Manifiesto subnormal (ediciones Kairós, Barcelona)-, lo de ser a veces
sorprendentes no implicaba "un cambio cualitativo sustancial".
Si ya lo observaba Vasquéz Montalbán,
¿qué podemos decir ahora? ¿Repetir lo que dijo?
El desconcierto cunde. Pero incluso ese desconcierto no parece tan nuevo. "El mundo se aleja
del arte con horror y los hombres se dejan embrutecer por la idea exclusiva de la utilidad"
-describía Charles Baudelaire en la carta dirigida a Victor Hugo
el 23 de diciembre de 1859.
El tema, por tanto, es ya viejo y no tiene visos de llegar a una solución. Más bien, con ironía habría que leer ahora las palabras
del poeta francés. En fin de cuentas, dentro del actual estado del capitalismo en el
mundo, el arte es ahora útil. Es la "mercancía cultural utilitaria" del difunto
Vasquéz Montalbán, y el "cambio cualitativo sustancial" no consiste sino en una
gruesa capa de cinismo para que pueda subsistir.
¿Cinismo? ¿Frivolidad? No, a eso se le llama
es-pec-ta-cu-la-ri-dad: Todos esperando a ver alzarse el telón. Todos actores sin
papeles, intercambiándose entre sí, a la expectativa del turno para saltar de las
butacas a las tablas o de las tablas a las butacas.
Todos intérpretes de nuestra propia inanidad
en la que, gracias a la globalización, termina todo. Pues todo termina en nada,
con el consiguiente horror, del que nos salvaremos por este teatro permanente.
Nada nuevo, en fin, por decir. Nada por mucha actividad
-¿actividad o frenesí?- que se pretenda.
¿Se ha dicho intérpretes? ¿Recordaremos
malignamente aquel aforismo de Fernando Pessoa: "Interpretar es no saber explicar. Explicar es
no haber comprendido"? ¿Y se ha comprendido la cisiparidad -¡vaya palabreja!-
de Pessoa, es decir, la autodivisión y parto de sí, que es la obra del
poeta portugués?
Referencias a Pessoa hay en este número de Hartz,
y al teatro permanente de la cultura actual enderezamos el discurso de las
Acotaciones de actualidad que, próximas a su desenlace, llegan a su Sexta Parte,
con subtítulo: «La crisis manifiesta».
En las secciones correspondientes situamos la presencia
de tres figuras: Jorge Cuesta, Sebastià Sánchez Juan y August Strindberg.
¿Que pueden tener estas figuras en común?
Solos los tres como estrellas en un firmamento sin luz.
A propósito de Cuesta se trae a colación el nombre de
Macedonio Fernández, quien preside la Revista con un lema suyo en la página principal.
De Cuesta digamos que pervive y seguirá perviviendo con el temblor de la idea proferida.
Siendo algo más que literatura, su obra presenta la fragilidad del pensamiento en
medios donde el pensar suele diferirse por el decir. Es ése el punto de
bifurcación Borges-Macedonio. Decidiéndose que Macedonio Fernández no
sabía escribir (Bioy Casares, Borges), se optó por dejarlo míticamente en
el pasado como "sabio oral". Pese a las dos mil páginas de su autoría.
En cuanto a Sánchez Juan, el fascismo o variante del fascismo que es la ideología
franquista -si puede decirse así-, y de la que Sánchez Juan fue partidario, ha
podido justificar su postergación. Nótese, sin ambargo, que tales simpatías
políticas concuerdan con la posición adoptada por otras personalidades de la
vanguardia literaria en Europa. En este caso, ejemplarmente la de Marinetti, autor admirado por
Sánchez Juan en su juventud.
Aunque no se pueda hablar de postergación con respecto al má grande escritor de la literatura sueca,
August Strindberg, es bien sabido
que no se le concedió el Premio Nobel como era de esperarse. La soledad, fue la nota
dominante de su obra y su vida. Y la locura. La locura también de Cuesta y el
interés por la alquimia, aunque tan diferentes ambos, los asemeja en sus obsesiones.
El epígrafe del lacrimoso Alfred de Musset en la
Portada, por tanto, es intencional.
Astros -Sánchez Juan, Cuesta y Strindberg-, a los que la luz propia de su
inteligencia los devora incesante. Y tanto para el sueco como para el mexicano esto es cierto: su propio
genio los devoró, dentro de los recovecos de su argumentación interminable,
hasta los límites de la locura.
La sección de poemas abre con gracia y sorpresa esta octava entrega de poesía.
Sorpresa porque el primer poema presentado es el de Beatriz Castillo, y a ella le suceden:
Aureliano Cañadas, Antonio Costa Gómez, Ricardo Virtanen, Aarón
García y Chus Arellano.
Por tanto, pese al retraso, tenemos en Hartz de otoño los siguientes
títulos y secciones:
Cada vez más, Hartz, tiene que sortear obstáculos; cada vez más
tendrá que leérsela entre líneas. Entre líneas:
es decir, entre silencios, nieblas y oscuridades.
Pues silencios, nieblas y oscuridades querrán ocultar el hecho. La
Revista, la nave Hartz, hace tiempo que ha despegado.
Madrid/30-noviembre-2004 |
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