Nº 19/ Otoño (octubre) de 2010 | HARTZ |
APARICIÓN (19)
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Recibimos, hace algún tiempo, el aviso de que se había publicado el último número
de la publicación digital argentina Esto no es una revista.
El título nos hizo recordar que, desde hace años, hemos tenido intención de exponer en
la página principal la descripción y características que distinguen a Hartz de otras publicaciones
similares en internet.
Y precisamente es ésa la primera que estábamos dispuestos a declarar, de modo que
figurase en el renglón inicial: Hartz es y no es una revista. Que NO es lo tuvimos claro desde un principio y
que el Google académico no reparara en ella nos era indiferente.
Primero, porque lo dijimos ya en otra ocasión con versos de Darío: "De las academias/
¡líbranos, Señor!" Segundo, porque a qué viene tanto jaleo.
Académico es un anglicismo. Tendrían, por tanto, que ponerse de acuerdo antes en cuanto a lo que se refieren. Si aluden a las academias que decía Darío o si a lo que ahora, cretinamente, llaman en América "academias". ¿Se trata de académico en sentido estricto? ¿O es, además, universitario, escolar, técnico, didáctico, todo junto en ensalada? Porque para nosotros era cuestión de humor. Máxime si tuvimos ocasión de comprobar
que los libros para niños de cierta persona no universitaria ni académica, ni cosa por el estilo, ingresaban al
panteón de las academias googelianas. Y lo de 'no es una revista' nos traía a la mente aquello de José
Lezama Lima, a propósito de Paradiso, de que digan si es novela o no novela, ¡que se la traguen como
novela! Frase que la decía en el momento de mayor auge, el del boom latinoamericano que siendo así
alcanzaba ya su punto de inflexión hacia el descenso que los primeros años setenta del siglo XX
confirmarían con creces.
Pues si el boom había acompañado a la música, la revolución de Cuba, el
mayo del 68, la contracultura, etc., ahora todo se venía gradualmente en picado, desde los desacuerdos entre los
mismos del boom, el fallecimiento de Allende, bla bla. Ni siquiera la muerte de Franco ni los cambios de
régimen en Portugal y Grecia, lograban encubrir lo que se avecinaba en el mundo: las guerras, las dictaduras, los
dogmatismos. Los dogmatismos ideológicos, políticos, filosóficos, económicos, religiosos...,
de los que es heredero este comienzo del siglo XXI.
¡Que se la traguen como revista! —pensamos entonces, recordando la obra lezamiana, ese
"guacamole postridentino", como la habíamos calificado una vez con humor, con rasgo de caricatura pero con miga de
verdad (y qué si se enteran los conmemorantes del centenario lezamesco).
Y para seguir con los dogmatismos, la declaración de Stephen Hawking de que no se necesita de Dios para
explicarse el universo, añadida la de que la filosofía ha sido inoperante para el conocimiento contemporáneo, viene a ser algo
así como la patente de corso "científica" que necesitaba el ateísmo actual, cada vez más
fortalecido, para continuar navegando en su viaje de saqueo de las conciencias.
Sorprende, aunque a un tiempo no sorprenda. Sorprende porque la declaración procede de un
científico que, de ese modo, se extralimita de su propio campo de investigación para emitir opiniones
—que la filosofía ha muerto...—, en
asuntos que no le competen. No sorprende porque Hawking, tan dado a la exhibición mediática, con ella se atrae los focos que
iluminan su figura y que promueven todo aquello que, en el mercado, lleva la firma de su puño y letra. Pero lo
más sorprendente es el convencimiento de ateísmo que, con tal suficiencia, asume un astrónomo que, para
ello, ha partido de la noción de big bang del universo. Fue así como la denominó Fred Hoyle.
Con toda su autoridad, su ingenio, audacia y saber, Hawking parece estar recorriendo inversamente el camino
que trazaría Hoyle en su vida. A diferencia de Hawking, Hoyle rehuyó la fama. Hoyle, sí, se retrajo.
El más grande astrónomo del siglo XX, que apuntaba con buen juicio que el darwinismo no había sido sino
producto ideológico de la era victoriana, que negó cualquier probabilidad de contacto con extraterrestres,
que sostuvo la teoría de la panspermia, que abogó por el uso de la energía nuclear y que
derivó del conocimiento científico del universo la convicción íntima y razonada de la existencia de Dios.
Hartz fue visible por primera vez en internet hace ocho años. Pero en 1997, o sea hace trece
años, nos surgió como idea que empezaría a tomar forma desde entonces y que tuvo de genio tutelar a
Hoyle. (Lamentamos después la noticia de su muerte. Como era de esperarse según la
lógica actual de promociones, años antes la iniciativa editorial
del diario madrileño El País, Los mil protagonistas del siglo XX, había dado entrada a la nota
respectiva a Stephen Hawking, pero excluía de modo inexplicable
—¿de modo inexplicable?, ¿por ignorancia?— a Fred Hoyle...)
Hartz es una revista, pero no lo es. No tiene ENIGMA, pero LO TIENE. Si no tuviera enigma,
¿acaso no la hubiera barrido ya el viento de la medianía, de la frivolidad y de los oportunismos?
¿Qué peso tendría esta nave con tales ligerezas?
Rememos, sí, contra este tiempo sin filosofía ni Dios que nos toca vivir y vayamos a
este helado otoño 19, con inminencia de invierno.
La mayor novedad está en la reseña de poesía escrita por mano de mujeres irlandesas, dentro
de la serie De las antologías. Una reseña sobre los ensayos de Juan José
Domenchina sustituye esta vez la serie Los poetas y el dinero, cuya sexta parte la dejaremos para el número
siguiente. Se mantienen las demás series y secciones. Todo enlazado, de manera que la argumentación sea
coherente y, como se verá, altamente polémica.
Los epígrafes de página principal se archivan en la
Bitácora y allí tienen el comentario o nota que les corresponda.
el número 19 queda así:
¡Ah mal comprendidas paradojas de Hartz!
Madrid/5-abril-2010 |
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