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VIDA Y POESÍA DE GERARD MANLEY HOPKINS
EN LENGUA ESPAÑOLA

El actual interés que suscita la poesía norteamericana entre el público de lengua española parece haber dejado en penumbra a la poesía británica o de cualquier otro lugar donde se le escriba en inglés. Los grandes poetas de la tradición poética anglosajona ceden ahora normalmente el paso a las novedades y a las recientes reputaciones de los poetas, con tal que éstos procedan de los Estados Unidos.

No se espere, por tanto, que la publicación de la biografía y los poemas de una figura como Gerard Manley Hopkins atraiga la atención de un público mayoritario. Especialmente si se repara en que Hopkins es de por sí un poeta de difícil lectura, cuyos versos requieren de un acierto y virtuosismo de traducción poco frecuentes entre los traductores de poesía. Y si trasladar con gracia y desenvoltura a un autor puede contribuir a vencer la resistencia que el probable lector oponga a la obra desconocida, el desaliño y la torpeza de una versión aleja y, a la larga, anula cualquier curiosidad inicial.

Aun con esos inconvenientes, Neil Davidson, un inglés, comentarista de prensa y traductor que vive en Santiago de Chile desde el año 2000, se ha arriesgado a presentar al público su biografía de Hopkins, redactada al parecer directamente en castellano, con el título: El ceño radiante. Vida y poesía de Gerard Manley Hopkins

SEMBLANZA

La crítica inglesa en la actualidad considera que, junto a Alfred Tennyson, Robert Browning y Mathew Arnold, Hopkins forma parte del conjunto de los grandes poetas que sucedieron a los románticos durante la época victoriana. De ellos fue el único que trascendió verdaderamente el período mediante la realización de una poesía que, aun debiéndole estímulos al romanticismo de John Keats y al esteticismo de Walter Pater, se distingue por su originalidad estilística y por sus experimentos métrico–rítmicos que hacen de su obra un antecedente reconocido de modernidad literaria, como habría de practicarse durante la primera mitad del siglo XX.

Gerard manley nació en 1844 en Stratford, población situada entonces en las cercanías de Londres. Siendo estudiante en Oxford, se interesó por el movimiento de renovación religiosa, entre cuyos líderes se hallaba John Henry Newman, converso al catolicismo, que lo animó a convertirse a su vez, lo que determinaría su destino: dedicado a la enseñanza, Hopkins ingresó en la Compañia de Jesús y, finalmente, se ordenó de sacerdote en 1877. Su conversión y su anhelo de hallar la paz espiritual lo indujeron a abandonar la afición a escribir poesía que, no obstante, reanudó al pedírsele que rememorase la tragedia de cinco monjas franciscanas, ahogadas en el estuario del Támesis, en un poema, «The Wreck of the Deutschland» («El naufragio del Deutschland»), terminado a principios de 1876.

A partir de esa fecha Hopkins siguió escribiendo versos, mientras servía en las parroquias de Londres, Oxford, Liverpool, Glasgow y otros lugares, hasta su muerte en 1889, ocurrida cuando era profesor de Filología Clásica en el University College de Dublín. Sus poemas, que él confiaba en cartas dirigidas a sus amigos, los poetas Robert Bridges y Richard Watson Dixon, y que no publicó en vida, se publicaron en 1918 como edición póstuma a cargo del mismo Robert Bridges. Aunque tal edición mereció algún interés por parte de la vanguardia literaria de la época, fue la segunda de Charles Williams, con poemas añadidos e introducción crítica, la que en 1930 situó a Hopkins como gran poeta de la lengua inglesa, posición que confirmaría una tercera, en 1948, esta vez ampliada, con notas e introducción biográfica de W. H. Gardner.

EL ESFUERZO BIOGRÁFICO DE DAVIDSON

Como es de esperarse de la obra de un inglés, consciente de la rica tradición británica del arte de la biografía, Neil Davidson sale, hasta cierto punto, airoso del empeño de relatarnos la vida del poeta G. M. Hopkins, que fue en lo exterior tranquila, sin incidencias sorpresivas dignas de contarse. Davidson narra bien y va atando el hilo de los acontecimientos hábilmente, de manera que incita el interés del lector al mismo tiempo que dibuja el carácter del poeta y perfila su personalidad con trazo resuelto y preciso.

Es de admirar, además, que trate el tema de la sexualidad del padre Hopkins con delicadeza y discreción, sin dejarse llevar por las afirmaciones aventuradas. Teniendo en cuenta que fue asunto de la intimidad del autor y del que no se puede aducir pruebas de nada, y cuyo desconocimiento no afecta a la valoración de su obra en lo más mínimo, es superfluo y frívolo especular en torno a lo que resultaría sólo divagación sin fundamentos. El conflicto, o lo que haya sido, del impulso sexual en Hopkins, parece haberlo solventado él de modo como humanamente podía, mediante la continencia o por el carisma de la castidad que, por supuesto, no puede demostrarse ni de lo que nada puede decirse.posición que confirmaría una tercera, en 1948, esta vez ampliada, con notas e introducción biográfica de W. H. Gardner.

LA REDACCIÓN

Decíamos que Davidson sale airoso de su tarea hasta cierto punto porque se entiende que, para un inglés, el redactar un libro entero en lengua castellana no resulta empresa fácil. Es admirable su dominio del idioma. Por lo general construye bien las oraciones y redondea con éxito los párrafos. Narra y describe con soltura. Despliega un conocimiento de términos, en especial eclesiásticos, que sorprende sean de la competencia de un hablante extranjero.

Pero al leer con detenimiento descubrimos muchos defectos de redacción que un corrector de estilo debió haber enmendado. Dejando a un lado las probables erratas, que en realidad son pocas, la abundancia de tropiezos, de gazapos y de expresiones más o menos anglicadas, pone en guardia al lector de que se halla frente a un texto escrito por alguien cuya lengua materna no es la española o castellana.

No es lo mismo hablar que escribir. Si hablando las incorrecciones las pasa uno por alto, por el contrario, escribiendo se tornan de bulto. Y cuando se redacta para un público instruido, como se supone que será aquél que llegue a interesarse por leer la biografía de un poeta, se precisa de mucho más cuidado, de brillo de expresión y, en definitiva, de un dominio pleno que no parece que sea fácil alcanzar, aunque se posean méritos, como los que se han señalado en Davidson.

Giros como "intentó un desprestigio" (p. 16), en vez de escribir según se debe: "intentó desprestigiarlo"; frases como "el tipo de cosa" (p. 227), en lugar de "precisamente" o "concretamente"; creer que se puede aplicar el adjetivo de "tocaya" a la ciudad de Stratford (p. 23), donde debió decirse "homónima"; recurrir a "oxfordiense" en vez del correcto "oxoniense" (p. 196); o las malas traducciones: "Harry arador", por "Harry labrador", "Sobre los sin trabajo", por "Sobre los desempleados" (p. 386), etc., en cantidad de alrededor de 200 faltas contadas en un total de poco más de 400 páginas, revelan desconocimiento de las posibilidades expresivas del castellano, torpezas de redacción y la interferencia tenaz de rasgos y construcciones de la lengua inglesa que nada tienen que ver con las particularidades de nuestro idioma.

Todo ello debió haberse rectificado y dejarlo en las manos de un corrector minucioso y competente.

LA NOTA SOBRE EL "SPRUNG RHYTHM" Y LAS TRADUCCIONES

Más grave aún resulta la nota añadida al final de los nueve capítulos de la biografía. Con el pretexto de explicar las novedades en cuanto a métrica que introdujo Hokpkins en sus versos y, en especial, lo que denominaba sprung rhythm, Davidson se enzarza en un tema arduo y polémico de lingüística relativo a la diferencia esencial entre lenguas de compás silábico y lenguas de compás acentual. Recuerda que comúnmente se califica al castellano de idioma isosilábico, lo que contrasta con el carácter isoacentual de la lengua inglesa.

Hasta ahí bien, si no fuera porque Davidson se lanza a consideraciones dudosas por no decir descabelladas. Afirma que no todas las variantes de la lengua española son isosilábicas y que, como el inglés, el castellano chileno es isoacentual. No vamos a entrar en el tema de la diferencia de lenguas, basada en la distinción de ritmo y de compás, porque cae fuera de nuestra competencia. Pero, además de parecer sólo una broma la observación de una isocronía acentual en los hablantes chilenos del castellano, lo que más bien advertimos es lo erróneo e impreciso de los datos y afirmaciones de que se vale Davidson.

Según muestra, desconoce la métrica española. Para él con tal que se dé una misma cantidad de sílabas y se tiene la razón de decir que son versos. De ahí que cuente doce en la oración

"El pueblo unido jamás será vencido",

y concluya que "podría leerse como un verso de doce sílabas" (adviértase que se resta una por la sinalefa en "pueblo–unido"). Pero es obvio que no. Es sólo una oración o, si se quiere, un eslogan, y para que se le leyera como dodecasílabo precisa de otros requisitos. Sin reparar, además, en la obra de los grandes melodistas del verso castellano, de Garcilaso de la Vega en adelante (o desde Manrique, si prestamos atención a las apreciaciones de Machado), Davidson no logra una comprensión cabal del ritmo y melodía en el fragmento de Calderón de la Barca:

Cuentan de un sabio que un día
Tan pobre y mísero estaba
Que sólo se sustentaba
De unas yerbas que cogía.

En una lectura correcta de estos versos destaca la variación de acentos que se resuelve en la diferente música del último. No tiene dos acentos (en 'yérbas' y 'cogía') como anota Davidson, sino tres (el tercero en 'de–unas'), porque se arrastra el recuerdo del ritmo iniciado por 'cuéntan' y porque en la melodía del verso castellano valen tanto los acentos principales como los secundarios. ¿No sacaban acaso partido de ello los renacentistas al mudar el tono con el acento paradójico de la séptima sílaba tras el de la sexta en los endecasílabos? ¿Qué es el juego de acentos en los alejandrinos de Darío y demás modernistas sino modulación de melodía?

No todo es regularidad de modelos silábicos fijos en la métrica de lengua española como cree Davidson. Ignora el aspecto duplex inherente al modo de versificar en castellano, que el anisosilabismo fue herencia de la poesía popular y que perdura aún, tanto en España como en Hispanoamérica, y por el cual se ha llegado al verso libre con naturalidad, sin tener que recurrir a los procedimientos de repetición y a la forma de los versículos de la Biblia, como fue inicialmente el caso de la poesía escrita en inglés. (Casi nunca se recuerda que ya en Rubén Darío se halla algún que otro experimento de poema en verso libre, y no sólo el «Heraldos» de sus Prosas profanas...)

Para no extendernos más, sólo digamos que en todo este lío, aparte de equivocarse al denominar "elisiones" —supresión de sonidos— a lo que son "sinalefas" —fusión de vocales— (p. 405), Davidson parece dejarse llevar por su oído inglés, aplicarlo a la lengua española y confundir ritmos con cadencia o entonación.

LOS POEMAS TRADUCIDOS

Con respecto a la versión de los 17 poemas de Hopkins contenidos en la última parte del libro, de lo expuesto anteriormente se infiere que no podrán ser excelentes. Para traducir bien poesía se necesita tener conciencia del aura semántica de las palabras, la fina intuición de cuanto gravita en cada una de ellas en la lengua de llegada, y no es cualidad que vaya a darse en un extranjero por gracia divina o por el trabajo de empollar léxicos. Las razones que aduce Davidson para traducir de esta o de aquella manera no son suficientes. Sobre todo ante los resultados.

Por ejemplo, desde los títulos: no es «Salida de luna» (aunque se diga, sin artículo, 'puesta de sol'), sino «Salida de la luna». Sería mejor traducir como lo han hecho otros: «Belleza jaspeada» y no «Belleza berrenda». Porque no sólo suena feo 'berrenda' sino que, además, se refiere a dos colores y suele aplicarse a los toros, no a las truchas ni al paisaje en general como en el poema de Hopkins.

Un ejemplo más ilustrativo de los desaciertos de traducción de Davidson es el soneto cuyo primer verso reza en el original:

I wake and feel the fell of dark, not day.

Suelen tropezar los traductores al verter este verso genial. La simultaneidad de acciones requiere el uso de un gerundio en castellano, no dos verbos que estén unidos por una conjunción como hace Davidson:

Despierto y siento tinieblas, no la tez del día.

Pero lo reprobable no es sólo la presencia de dos verbos en presente sino la expresión desmañada: "siento tinieblas", donde 'tinieblas' no conviene como sinónimo de 'oscuridad'. (Si cuando decíamos del aura semántica...) 'Tez' es seguramente una errata por 'luz', lo cual torna explícito aquello que el poeta hábilmente ha dejado elíptico. Si se suma que no está traducido fell, tenemos un verso peor que el de otras versiones. El resto del soneto no va mejor, aunque posea el encanto de habérsele rimado. La selección de los términos es defectuosa. 'Autolevadura' es absurdo y 'agror' ni siquiera es castellano.

Aunque Neil Davidson alegue que su intención es ofrecer a Hopkins en toda su inventiva metafórica y rítmica, por más extravagante que parezca, lo cierto es que preferimos otras traducciones, a pesar de sus deficiencias. Si se compara el trabajo que realizó Dámaso Alonso al verter al castellano el soneto «La noche estrellada» con el correspondiente de Davidson se nota la diferencia. Alonso conserva las imágenes, las ideas y la emoción del original. Davidson, aunque mantenga ideas e imágenes, presenta rarezas, desvíos, unas rimas forzadas e incluso cierra el poema con un ripio.

CONCLUSIÓN

A pesar de las objeciones anotadas, el libro de Davidson merece leerse. Puesto que contiene mucha información sobre la vida y la obra de G. M. Hopkins, que de otro modo le sería difícil al hispanohablante obtenerla, ya sólo ese hecho es garantía de una lectura provechosa. Además, la narración permite aquilatar la personalidad del poeta, advertir que sus excentricidades eran el aspecto externo de su capacidad creativa y de un talento singular, poco avenible a los convencionalismos. Ese logro de caracterización también es digno de que se le reconozca al biógrafo.

 

R.L./X.–14.10.2017



REFERENCIA:

DAVIDSON, NEIL. El ceño radiante.— Vida y poesía de Gerard Manley Hopkins, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Diego Portales, (Colección: Vidas Ajenas), 1a ed., 2015.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

ALONSO, DÁMASO. Poetas españoles contemporáneos, Madrid, Gredos, 1952, pp. 418–419.



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