TEXTOS RECUPERADOS HARTZ   7.7
 
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MÚSICA DE OTROS

Sirva el título de una obra de Juan Ramón Jiménez, Música de otros —antología de traducciones poéticas del poeta moguereño, editada en 2006—, para introducirnos en el mundo de la traducción.

Aunque por haberse escrito ya tanto sobre el arte y oficio de traducir, sea más bien prudente abstenerse de más divagaciones en torno al tema, el elevado número de libros al respecto, aparecidos durante estos últimos años, amerita, al menos, unas cuantas puntualizaciones.

En primer lugar, observemos que toda buena traducción hace suponer que quien la ha realizado es, en el fondo, un buen escritor. De esto habrá que inferir, en segundo término, que quien se decida a traducir conoce y maneja con soltura su propio idioma. No es, como podría creerse en principio, la prioritaria condición de un buen traductor conocer el idioma del que se va a traducir. Porque si no se vierte con acierto a la propia lengua aquello que se encuentra en lengua extranjera, de nada vale conocer bien esta última. El que se conozca a la perfección la lengua en que se halla lo que se va a traducir es, en este sentido, un requerimiento baladí. Porque es obvio que quien se meta a traductor tendrá que tener nociones suficientes de lo que ténicamente se denomina "lengua de partida" para hacer el traslado a la "lengua de llegada".

El resto es lucubración, teoría, materia para especialistas, pasto y forraje de los académicos y de quienes gustan de las disquisiciones por ocio, magisterio o vocación.

Observemos, sin embargo, que los mismos traductores no parece que siempre tengan algo que decir. Es el caso de un conjunto de ponencias pronunciadas en el Círculo de Bellas Artes y que han aparecido en libro, editado por Jordi Doce con el título de Poesía en traducción (Ediciones Arte y Estética/Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2007). Si se exceptúan las páginas de Doce, cuyo título da título al libro, y las pocas de Miguel Gallego Roca, lo que queda no es muy esclarecedor ni tiene genuino interés.

Las preguntas que plantea Gallego Roca, por cierto, poseen una relevancia que no debe omitirse: Qué se traduce, quiénes traducen, dónde se publican los textos traducidos, cómo se traduce y por qué. Porque en este momento de auge de la actividad traductora en los medios literarios hispánicos, el responderlas de modo adecuado ocasionaría más de alguna sorpresa no precisamente grata.

La globalización parece contribuir en la actualidad a lo que podríamos denominar, de manera publicitaria, el "boom" de las traducciones. Pero el estado de confusión en que se hallan las culturas de lengua española no induce a dar por bienvenida cualquier versión, por muy buena que sea, de la obra de cualquier autor extranjero.

Y puesto que ese "boom" se está produciendo con la misma celeridad con que se ponen en marcha los procesos de civilización instigados por el movimiento civilizador de las culturas predominantes, no está de más atender a lo que sucede en otras regiones del planeta.

Ya hace más de una década que en el mundo árabe se advertía de los riesgos de una falta de crítica profesional en el mundo de las artes y la literatura. La prensa inglesa, por su parte, hace años también, lamentaba que en los círculos cultos prevalecieran criterios subjetivos, de amistad y connivencia, por encima de una crítica imparcial, más ceñida a los hechos de la literatura en sí, y en especial de la poesía. Esa lamentación parece ratificar en medios profanos lo que hace poco más de treinta años anunciaba ya Peter Ackroyd en un artículo del Spectator, titulado reveladoramente: «La muerte lenta de la crítica universitaria».

Para los árabes, en una época difícil como la que se vive ahora, esas carencias han significado dar pie a una distorsión de los juicios impelidos por motivos ideológicos, de cualquier signo que éstos sean, que contribuyen en las traducciones a difundir una imagen de la literatura árabe no ajustada a lo que es en realidad la literatura árabe.

El poeta sirio Nouri Jarah se refería a ello como el "mercado negro" de la cultura, en el que los autores valen más por sus posiciones políticas, y por una relación mantenida de modo personal en los medios literarios e informativos de Occidente, que en la calidad intrínseca de sus obras.

De manera que, aun estando de acuerdo con la opinión de Valentín García Yebra (García Yebra considera que incluso las malas traducciones son de agradecer, puesto que prestan un servicio a las culturas locales al permitir el conocimiento de textos que, de otro modo, no llegarían a ser conocidos por personas que no dominen más que su lengua materna), queda una cuestión pendiente.

La cuestión de hasta qué punto merecen traducirse, y por tanto, ser difundidos estos o aquellos autores, tales o cuales obras, sin que medie una tasación válida de los textos, una conciencia alerta de lo que se debe recibir, acoger y asimilar en el seno de nuestra propia cultura.

Y en esta situación estamos. Mucha poesía se traduce ahora, en libros, revistas y en páginas web. Mucha música de otros hay. ¿Pero qué otros y qué música? ¿Qué se oye en el ambiente? ¿Musiquitas de organillo, falsas melodías? ¿Repeticiones? ¿Estridencias?

NL./4-abril-2008


 

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