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CONTRA SÁBATO Y A FAVOR

Si ahora se habla de egos revueltos (Juan Cruz en Babelia) y al mismo tiempo de la muerte del crítico (Rónán McDonald), es que algo grave sucede. A la inconmensurabilidad del saber y el conocimiento se une la inconmensurabilidad de la tontería y la mediocridad.

Pero siempre fue así. En el sosiego relativo —relativo porque había una noche de San Bartolomé o el ruido de las armas a las puertas del gabinete donde, entre tanto, Montaigne pergeñaba sus Ensayos—, en ese sosiego el sabio disponía de la pluma. Pero mucho hablar aquí y allá, por cierto, del ensayo, el ensayo, el ensayo, sin leer a Montaigne, o leyéndolo, sin haber entendido y sin comprender lo que su escritura significaba para sí mismo y para los demás, para sus coetáneos, y para los que vinieran después. Y mucho hablar de estilo, las fuentes, los temas, las influencias, de aquello, de lo otro, blablá. Al cabo ello: inconmensurabilidad, saber, conocimiento, o si no lo más presente: ignorancia.

Viene lo dicho al encuentro de ese promover de famas, agitar nombres como si fueran estandartes de genialidad —los egos revueltos de Juan Cruz—, sin tasa ni medida —la muerte del crítico, confirmada por Rónán McDonald. Y no es que se sea público o secreto, ni que se llegue a "oficial" o que se permanezca marginal (los adjetivos delatan de por sí), sino aquello que se ha acabado, la obra terminada, la obra hecha como diría Juan Ramón, el trabajo con esmero, la obra de arte, en fin.

Ernesto Sábato es el caso, podía ser objeto de admiración para quien, adolescente, depositara en él sus ansias de tener un guía a través de los laberintos de la literatura. A finales de los años sesenta del siglo veinte, Sábato ya había publicado El túnel, Sobre héroes y tumbas y las páginas de El escritor y sus fantasmas. Podía léersele entonces a Anderson Imbert el asentimiento que le dedica en su archiconocida Historia de literatura hispanoamericana. Pero pasado el tiempo y en otras circunstancias, como son las actuales, de principios del siglo XXI, a ese autor apreciado se le desestima por unas u otras razones que unos u otros evidencian o denuncian.

Está bien deslegitimar razones como hace Pacho O'Donnell, en La Nación de Buenos Aires, afirmando que en la devaluación de Sábato se pone de relieve la mediocridad actual de los autores "oficiales" argentinos. Pero no está bien oponerse con una argumentación que linda con la misma mediocridad. Porque responder a ataques como el de César Aira, para quien Sábato ha sido escritor que "nadie ha podido tomar en serio", aduciendo diferencias ideológicas, posiciones políticas divergentes ante hechos determinados, no es sino permanecer en el terreno de las afirmaciones infundadas, aquellas a las que no se les ha sustentado intelectualmente.

Pues sucede que no es sólo ahora que se discute el valor de la obra de Sábato en el medio literario argentino, y, por extensión, latinoamericano. Ya en 1974 César Fernández Moreno señalaba los oportunismos del autor de El túnel: esta novela se había escrito y publicado durante los años de la moda del existencialismo, al igual que Abaddón el exterminador, cuya temática aprovechaba las creencias esotéricas, entonces en alza, con las que se intentaban paliar los desasosiegos causados por los sucesos político-sociales de la Argentina de ese momento.

Pocos años antes, ya Emir Rodríguez Monegal había lamentado, a propósito de las opiniones de Vargas Llosa, que escritores latinomericanos de tanto relieve sostuvieran puntos de vista críticos tan poco actualizados e irracionales como los de Sábato en El escritor y sus fantasmas. Lo de "fantasmas" delataba de por sí una noción romántica e irracional de la literatura, en desacuerdo con el desarrollo de los más modernos criterios de la teoría y la crítica literarias.

Los ataques y defensas actuales en torno a Ernesto Sábato tendrán sus puntos de verdad, pero soslayan como vemos los datos concretos. Que no fuera aceptado por el círculo del boom latinoamericano, que quedara al margen del star system de la descollante narrativa latinoamericana —al margen, con prendas de lucimiento y prueba de legitimidad intelectual, como si la posición y las equidistancias supuestas implicaran por sí solas incandescencia, fulgor y arrebato de los astros en el firmamento—, casa bien con la argumentación sesgada.

Pero no. Porque si se verifican los enunciados tendremos que, pese a la reprimenda de Monegal aludida, en el mismo órgano de publicidad, aparador y plataforma de los escritores del boom latinoamericano, Mundo nuevo, revista dirigida por Monegal, en su quinto número (noviembre de 1966) incluía una entrevista a Sábato intitulada: «Por una novela novelesca y metafisica».

En octubre del año siguiente, la contraportada completa del número 16 traía el anuncio de Sobre héroes y tumbas con extractos de reseñas procedentes de todas partes del mundo: "Maestro del género" —según Torres Rioseco—, de "importancia extraordinaria" —confirma el diario argentino La Nación—, "un delirio que habría hecho palidecer de envidia a Leautréamont" —declaraba un crítico de La Quinzaine Litteraire de París—, etc. No parece que estos juicios correspondan a un autor tachado de marginal. Por el contrario, arrojan la imagen de un novelista bien situado, entre los elogios de Graham Greene y los favores de Albert Camus y las refrendaciones de su valía provenientes de Milán, Madrid, Lima, Buenos Aires, París, Los Ángeles, Nueva York.

Pero los panegíricos,como las diatribas, no atienden al meollo de la cuestión. No se trata de que haya sabido sentar armas, pertrecharse en la guerra literaria, sino la pertinencia del discurso, su adecuación a la época, la agudeza verdadera de sus propuestas como narrador, como ensayista, la calidad de su obra, en suma, y su solvencia intelectual. No que se sepa repujar una cultura, su barniz y estofado expuestos con retahíla de nombres (Hardy, Kafka, Melville, Joyce...), como en El escritor y sus fantasmas, si tan sólo es para desembocar al final en el irracionalismo, con referencias a Spengler, cuando los neopositivistas habían dado ya sus frutos y los analíticos estaban a punto de ebullición.

¿Qué clase de cultura es esa, tragada, digerida, incorporada al propio tejido, procesándosele en los filamentos, en los neurotransmisores y núcleos neuronales para dar salida a la expresión y al pensamiento propios? Hablar de algo más es borra. Qué más da haber sido físico, vencer en batallitas literarias y extraliterarias, si sólo alcanza para terminar en neogótico y escribir informes de desaparecidos, ciegos y clarividentes. Bien por la ética. Pero el punto aquí es la literatura y las aptitudes. La coherencia y la consecuencia.

No se crea que decimos todo lo anterior con el objetivo de derribar ídolos. Los ídolos de época se derrumban por sí solos. O siguen sosteniéndolos aquellos interesados por los motivos que tuvieren, y por mucho tiempo. De falsos grandes escritores podríamos decir infinidad; nombres que suenan ahora, que vienen resonando por todas partes desde hace tiempo —y medio mundo quedaría boquiabierto. Podríamos demostrar su falsa grandeza con los textos en mano, línea a línea. Qué importa.

Deslustrar nombres y famas es tarea mezquina. Para una Hispanoamérica desangrada, expoliada, analfabetizada, y para una España nueva rica y esnob, ahora en crisis, con su Ashbery en el paladar (su "ashberismo", como dice Martín López Vega, joven poeta), con su Borges bajo el brazo y su Paul Celan mal leído; para una Hispanoamérica y una España así, es más decoroso y más íntegro intentar descubrir oro y diamante donde se hallen, o metal y piedra de algún valor.

¿Quién lee hoy día, por ejemplo, a Mariano Picón–Salas, no el autor De la conquista a la independencia, manual para intelectuales de tres por cinco, sino al escritor completo, la pluma discreta, cabal, diligente y esmerada que él era? ¿Y qué fue de los hermanos Planchart? ¿Quién distingue a Julio Planchart, quién lo recuerda ahora, lúcido, informado y puntual, mucho más que tanto figurón como pululan hoy día en los medios de lengua española?

Quédense las medianías siempre por debajo con sus glorias pomposas, y ocupémonos de quien bien lo merece. Es misión mejor.

M./15-6-2008.


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