TEXTOS RECUPERADOS | HARTZ | 7.8 |
OTRAS APARICIONES
|
anterior |
CONTRA SÁBATO Y A FAVOR Si ahora se habla de egos revueltos (Juan Cruz en
Babelia) y al mismo tiempo de la muerte del crítico (Rónán McDonald),
es que algo grave sucede. A la inconmensurabilidad del saber y el conocimiento se une la
inconmensurabilidad de la tontería y la mediocridad.
Pero
siempre fue así. En el sosiego relativo —relativo porque había una noche de San
Bartolomé o el ruido de las armas a las puertas del gabinete donde, entre tanto,
Montaigne pergeñaba sus Ensayos—, en ese sosiego el sabio
disponía de la pluma. Pero mucho hablar aquí y allá, por cierto, del ensayo,
el ensayo, el ensayo, sin leer a Montaigne, o leyéndolo, sin haber entendido y sin
comprender lo que su escritura significaba para sí mismo y para los demás, para sus
coetáneos, y para los que vinieran después. Y mucho hablar de estilo, las fuentes,
los temas, las influencias, de aquello, de lo otro, blablá. Al cabo ello:
inconmensurabilidad, saber, conocimiento, o si no lo más presente: ignorancia.
Viene lo dicho al encuentro de ese promover de famas, agitar nombres como si fueran
estandartes de genialidad —los egos revueltos de Juan Cruz—, sin tasa ni medida
—la muerte del crítico, confirmada por Rónán McDonald. Y no es que se sea
público o secreto, ni que se llegue a "oficial" o que se permanezca marginal (los
adjetivos delatan de por sí), sino aquello que se ha acabado, la obra
terminada, la obra hecha como diría Juan Ramón, el trabajo con esmero, la obra de
arte, en fin.
Ernesto Sábato es el caso, podía ser objeto de admiración
para quien, adolescente, depositara en él sus ansias de tener un guía a través
de los laberintos de la literatura. A finales de los años sesenta del siglo veinte,
Sábato ya había publicado El túnel, Sobre héroes y tumbas y las
páginas de El escritor y sus fantasmas. Podía léersele entonces a
Anderson Imbert el asentimiento que le dedica en su archiconocida Historia de literatura hispanoamericana.
Pero pasado el tiempo y en otras circunstancias, como son las actuales, de principios del siglo
XXI, a ese autor apreciado se le desestima por unas u otras razones que unos u otros evidencian
o denuncian.
Está bien deslegitimar razones como hace Pacho O'Donnell, en La Nación
de Buenos Aires, afirmando que en la devaluación de Sábato se pone de relieve la
mediocridad actual de los autores "oficiales" argentinos. Pero no está bien oponerse con una
argumentación que linda con la misma mediocridad. Porque responder a ataques como el de
César Aira, para quien Sábato ha sido escritor que "nadie ha podido tomar en serio",
aduciendo diferencias ideológicas, posiciones políticas divergentes ante hechos
determinados, no es sino permanecer en el terreno de las afirmaciones infundadas, aquellas a las
que no se les ha sustentado intelectualmente.
Pues sucede que no es sólo ahora que se discute el valor de la obra de
Sábato en el medio literario argentino, y, por extensión, latinoamericano. Ya en
1974 César Fernández Moreno señalaba los oportunismos del autor de El
túnel: esta novela se había escrito y publicado durante los años de la
moda del existencialismo, al igual que Abaddón el exterminador, cuya
temática aprovechaba las creencias esotéricas, entonces en alza, con las que se
intentaban paliar los desasosiegos causados por los sucesos político-sociales de la
Argentina de ese momento.
Pocos años antes, ya Emir Rodríguez Monegal había lamentado,
a propósito de las opiniones de Vargas Llosa, que escritores latinomericanos de tanto
relieve sostuvieran puntos de vista críticos tan poco actualizados e irracionales como los
de Sábato en El escritor y sus fantasmas. Lo de "fantasmas" delataba de por sí
una noción romántica e irracional de la literatura, en desacuerdo con el desarrollo
de los más modernos criterios de la teoría y la crítica literarias.
Los ataques y defensas actuales en torno a Ernesto Sábato tendrán
sus puntos de verdad, pero soslayan como vemos los datos concretos. Que no fuera aceptado por
el círculo del boom latinoamericano, que quedara al margen del star system
de la descollante narrativa latinoamericana —al margen, con prendas de lucimiento y
prueba de legitimidad intelectual, como si la posición y las equidistancias
supuestas implicaran por sí solas incandescencia, fulgor y arrebato de los astros en el
firmamento—, casa bien con la argumentación sesgada.
Pero no. Porque si se verifican
los enunciados tendremos que, pese a la reprimenda de Monegal aludida, en el mismo órgano
de publicidad, aparador y plataforma de los escritores del boom latinoamericano, Mundo nuevo,
revista dirigida por Monegal, en su quinto número (noviembre
de 1966) incluía una entrevista a Sábato intitulada: «Por una novela
novelesca y metafisica».
En octubre del año siguiente, la contraportada completa del
número 16 traía el anuncio de Sobre héroes y tumbas con extractos de
reseñas procedentes de todas partes del mundo: "Maestro del género" —según
Torres Rioseco—, de "importancia extraordinaria" —confirma el diario argentino
La Nación—, "un delirio que habría hecho palidecer de envidia a Leautréamont"
—declaraba un crítico de La Quinzaine Litteraire de París—, etc.
No parece que estos juicios correspondan a un autor tachado de marginal. Por el contrario, arrojan la
imagen de un novelista bien situado, entre los elogios de Graham Greene y los favores de Albert
Camus y las refrendaciones de su valía provenientes de Milán, Madrid, Lima, Buenos
Aires, París, Los Ángeles, Nueva York.
Pero los panegíricos,como las diatribas, no atienden al meollo de la cuestión.
No se trata de que haya sabido sentar armas, pertrecharse en la guerra literaria, sino la pertinencia del
discurso, su adecuación a la época, la agudeza verdadera de sus propuestas
como narrador, como ensayista, la calidad de su obra, en suma, y su solvencia intelectual. No que
se sepa repujar una cultura, su barniz y estofado expuestos con retahíla de nombres (Hardy, Kafka,
Melville, Joyce...), como en El escritor y sus fantasmas, si tan sólo es para desembocar
al final en el irracionalismo, con referencias a Spengler, cuando los neopositivistas habían
dado ya sus frutos y los analíticos estaban a punto de ebullición.
¿Qué clase de cultura es esa, tragada, digerida,
incorporada al propio tejido, procesándosele en los filamentos, en los neurotransmisores
y núcleos neuronales para dar salida a la expresión y al pensamiento propios? Hablar
de algo más es borra. Qué más da haber sido físico, vencer en batallitas
literarias y extraliterarias, si sólo alcanza para terminar en neogótico y escribir
informes de desaparecidos, ciegos y clarividentes. Bien por la ética. Pero el punto aquí
es la literatura y las aptitudes. La coherencia y la consecuencia.
No se crea que decimos todo lo anterior con el objetivo de derribar ídolos.
Los ídolos de época se derrumban por sí solos. O siguen sosteniéndolos
aquellos interesados por los motivos que tuvieren, y por mucho tiempo. De falsos grandes
escritores podríamos decir infinidad; nombres que suenan ahora, que vienen resonando por
todas partes desde hace tiempo —y medio mundo quedaría boquiabierto. Podríamos
demostrar su falsa grandeza con los textos en mano, línea a línea. Qué importa.
Deslustrar nombres y famas es tarea mezquina. Para una
Hispanoamérica desangrada, expoliada, analfabetizada, y para una España nueva rica
y esnob, ahora en crisis, con su Ashbery en el paladar (su "ashberismo", como dice Martín
López Vega, joven poeta), con su Borges bajo el brazo y su Paul Celan mal leído;
para una Hispanoamérica y una España así, es más decoroso y
más íntegro intentar descubrir oro y diamante donde se hallen, o metal y piedra de
algún valor.
¿Quién lee hoy día, por ejemplo, a Mariano Picón–Salas,
no el autor De la conquista a la independencia, manual para intelectuales de tres por
cinco, sino al escritor completo, la pluma discreta, cabal, diligente y esmerada que él era?
¿Y qué fue de los hermanos Planchart? ¿Quién
distingue a Julio Planchart, quién lo recuerda ahora, lúcido, informado y puntual, mucho más que tanto
figurón como pululan hoy día en los medios de lengua española?
Quédense las medianías siempre por debajo con sus glorias pomposas,
y ocupémonos de quien bien lo merece. Es misión mejor.
M./15-6-2008.
SIGUIENTE: MACHADO DE ASSIS |
siguiente |