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LOS PREMIOS NOBEL DE LITERATURA EN SU TINTA(Continuación: 13) LOS PREMIOS NOBEL ESPAÑOLES E HISPANOAMERICANOS 2010 — MARIO VARGAS LLOSA (1936) Con el Premio Nobel otorgado a Mario Vargas Llosa termina la lista de autores de lengua española a los que ha
distinguido, galardonándolos hasta la fecha, la Academia Sueca.
De Vargas Llosa poco podría decirse, o mucho, según la perspectiva que se adopte. Subrayemos que nuestras fuentes principales —Jorge
de Sena, Kjell Espmark y Laura Vaccaro—, que nos han servido de guía en la elaboración de la serie, nada dicen de él por haber escrito y
publicado sus opiniones antes de que al novelista se le concediera el Nobel.
No tenemos, por tanto, referencias que nos permitan abrir discusión y apuntalar
razones en torno a su obra. Dentro de la extensa bibliografía a la que ha dado pábulo, por supuesto, puede hallarse multitud de notas y comentarios que
versan sobre ella. Pero no siendo nuestro objetivo repetir aquello que el interesado tiene a su alcance en libros, en revistas o en Internet, prescindimos en lo
posible de citar y de apelar a lo que de él y de su producción se divulga, ateniéndonos únicamente a los datos básicos.
Mario Vargas Llosa pertenece al grupo de escritores que conformaron lo que comúnmente se conoce como el boom de la novela
latinoamericana. Junto a Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez integra el núcleo de los más citados y
leídos y de los que surgieron durante el lapso comprendido entre 1956 y 1963; lapso durante el cual se editaron algunas de las obras más representativas
de estos cuatro novelistas.
Cortázar había publicado Los premios en 1960, pero la fama duradera le llegó con Rayuela en 1963. Gabriel García
Márquez se había iniciado con La hojarasca en 1955, pero en 1961 se afirmó con El coronel no tiene quien le escriba y que lo
llevaría al éxito rotundo de Cien años de soledad en 1967. Carlos Fuentes, por su parte, publicó La región más
transparente, que significaba ya el principio de su consagración ratificada por La muerte de Artemio Cruz y Aura, ambos libros en 1962. Y, por
fin, en 1963 tuvimos a Vargas Llosa con la novela La ciudad y los perros, tras su colección de relatos Los jefes en 1959.
Por cierto, a su segunda novela de 1965, La casa verde, que lo confirmó como gran novelista, sucedió al año siguiente Los
cachorros, que Internet en la Wikipedia incluye erróneamente entre los cuentos, pero que es ejemplo estupendo de novela corta. Forma de relato ésta
a la que Vargas Llosa no era ajeno, sobre todo si se recuerda su formación de esos años, abrevada en los mejores modelos de literatura francesa.
Con la novela Conversación en La Catedral, editada en 1969, nuestro narrador llegó al límite de su primera etapa como suelen
indicar los críticos. Esa primera etapa de novelas y relatos se caracterizó en los temas por las inquietudes morales con implicaciones
sociopolíticas como convenía a la época convulsa de tales años en el mundo y, en especial, en América Latina con la Revolución
Cubana como referente inmediato.
Su discurso de recepción, pronunciado el 10 de agosto de 1967 en Caracas, del Premio Rómulo Gallegos por
La casa verde, puso a Vargas Llosa en el centro de atención de lo adictos al régimen socialista representado por la
isla cubana. En palabras textuales el novelista galardonado decía que "dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado, a todos nuestros
países como ahora a Cuba, la hora de la justicia social", y añadía: "Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes (...), que el socialismo nos
libere de nuestro anacronismo y nuestro horror". Con esa declaración Vargas Llosa se integraba plenamente en el grupo avanzado de los novelistas del boom.
Los diarios de Emir Rodríguez Monegal publicados en 1966 y 1967, en Mundo Nuevo, testimonian cuan inmerso se hallaba Vargas Llosa en ese
mundo de relaciones e influencias que determinaron su destino de fama de novelista internacionalmente reconocido. Pero ya el juicio en su arenga de que "la
literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión", arrojaba una sombra sobre sus palabras que pronto el decurso de los sucesos volvió
claridad. La edición de Fuera de juego, el libro de Heberto Padilla, en 1968 y el posterior encarcelamiento en Cuba de este poeta en 1971, abría la
brecha entre las decisiones de los escritores e intelectuales del boom. Vargas Llosa optó por apartarse.
En consecuencia, Pantaleón y las visitadoras en 1972 inauguró la segunda etapa de su obra. La de la rebeldía y de la conciencia
moral había concluido. Porque los hechos en el mundo empezaban a cambiar sustancialmente. En esa primera los usos de la técnica y del montaje de los
episodios privaban sobre cualquier consideración introspectiva de personajes como entonces Wolfgang A. Luchting observó al compararlo con Julio Ramón
Ribeyro. La vasta maquinaria de las novelas de Vargas Llosa se semejaba en su frialdad a la mutación técnica e industrial que sufría el
Perú en esos años, según Luchting. Pero en la segunda etapa el novelista se tornaba más festivo. Sin la inquietud revolucionaria, le era
posible el humor grotesco de Pantaleón y las visitadoras, el apego disimuladamente autobiográfico y los juegos de ficción de La tía Julia
y el escribidor en 1977.
Esa etapa, no obstante, se vio condicionada de inmediato por los sucesos mundiales de la época. Con Ronald Reagan y con Thatcher en el poder, el conservadurismo
político fue inclinándose hacia una ideología liberal a la que Vargas Llosa no fue inmune. De ahí que fuera consecuente el plegar su
narrativa a la tendencia histórica, con tintes mesiánicos, y distante de la situación peruana, en La guerra del fin del mundo en 1981,
o alejarla a los años cincuenta del Perú en Historia de Mayta en 1984 o, a un tiempo, unirla a técnicas de novela policiaca, en
¿Quién mató a Palomino Molero? en 1986 y Lituma en los Andes en 1993.
Pero era previsible que temas menos polémicos fueran atrayéndole: la cosmogonía de El hablador en 1987 o los regodeos
eróticos en El elogio de la madrastra, el año siguiente, y en Los cuadernos de don Rigoberto en 1997. O que cifrase sus esfuerzos
en obras de teatro como El loco de los balcones en 1993, que se presentó en el Teatro Español en 2014, o se adentrara en el ensayo con
pretensiones de crítica literaria como en La verdad de las mentiras de 1990 y otros libros anteriores a esa fecha o posteriores.
Con distinta forturna,
por cierto, poque si bien en el teatro ha logrado ser eficiente, en materia de crítica literaria cuando se sostienen ideas como las de que "la literatura es
fuego" y de que el escritor escribe según a "sus demonios", con esa elementalidad de opiniones no se goza de garantía para elaborar una crítica honda, entretenida,
lúcida y precisa por muy crítica de autor experimentado e ilustre que se sea.
El Premio Nobel selló en 2010 la extensa y variada obra del narrador peruano que, incluso, dedica sus horas vagas al periodismo. La novela El
sueño del celta, con todo y los rumores de plagio que la rodearon, mostró que Vargas Llosa seguía el hilo de la moda: la novela
histórica, la novela de evasión y aventura como piden los tiempos revueltos de ahora.
Y bien observado así el ejemplo de Vargas Llosa, con
premio concedido, marquesado y amoríos famosos, hace pensar que el éxito y la fama de los inicios, con tan larga vida y tantas cualidades, corre el riesgo de extraviarse
al calor de las vigencias de la época. Son esas las que parecen haber ido modelando las variaciones de su obra y queda la pregunta: ¿Hasa qué
punto un autor que se apegue a las actualidades en vigor de las formas es capaz de resistir el futuro desuso de los tiempos?
Entre tanto, y a la espera de otro hispanohablante, háganse los suecos, señores de la Academia de Estocolmo.
(FIN DE LA SERIE)
(CONTINUARÁN MÁS TEXTOS...)
R.L./X.–17.11.2017
REFERENCIAS:
CONSALVI, SIMÓN ALBERTO. «El Premio Rómulo Gallegos», Mundo Nuevo, Nº 17, noviembre de 1967, pp. 92–93.
LUCHTING, WOLFGANG A. «Crítica paralela: Vargas Llosa y Ribeyro», Mundo Nuevo, Nº 11, mayo de 1967, pp. 21–27.
RODRÍGUEZ MONEGAL EMIR. «Diario de Caracas» seguido de «Los nuevos novelistas», Mundo Nuevo, Nº 17, noviembre
de 1967, pp. 4–14..
---------------------------------. «Diario del P.E,N. Club», Mundo Nuevo, Nº 4, octubre de 1966, pp. 41–51.
VARGAS LLOSA, MARIO. «La literatura es fuego», Mundo Nuevo, Nº 17, noviembre de 1967, pp. 93–95.
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